¿Gandules? Pasen y vean, por María Bernal

¿Gandules? Pasen y vean

Desde tiempos remotos,  la figura del docente ha sido vapuleada sin miramiento alguno por gran parte de la sociedad,  porque a muchos se la repanpifla mucho su labor compleja y estresante, si tenemos en cuenta cómo se están poniendo estos tiempos, los del consenso actual con los hijos.

Desde unas vacaciones interminables, y en algunos casos catalogadas de inmerecidas, hasta ese sinfín de tardes libres en las que se tocan literalmente las narices,  según esos pensamientos en voz alta de personas altamente ingenuas y peligrosas para la buena educación de los alumnos, son trabajadores que viven muy a gusto.

Ciento dos personas. Esta es la media del alumnado que tiene un docente de Secundaria, cuando no sea alguno más, porque recordemos que,  gracias a las veces que no os habéis manifestado en contra de los recortes de la educación pública, tenemos cada hora en clase una media de treinta alumnos.  A pesar de este maltrato psicológico, el de las altas ratios,  los acogemos con los brazos abiertos, ya que para nosotros apenas existen impedimentos.

Imagínense ciento dos ADN incomparables, con las hormonas a flor de piel, enfadados categóricamente con el mundo desde el minuto uno en que se ponen en pie, con la creencia de que merecen todos los derechos habidos y por haber, pero a los que no se les puede cargar de muchos deberes y obligaciones porque se fatigan, se agobian y se frustran. Sin elegirlos y siempre encantados con ellos, aunque seamos sometidos en muchas ocasiones a insultos y vejaciones, pasan a formar parte de nuestra vida durante nueve meses en los que no les falte de nada.

Ciento dos alumnos con distintos ritmos de aprendizaje, con diferentes situaciones familiares (algunas muy devastadoras para las pobres criaturas), con diversos problemas adolescentes y con miles de sueños que, en algunos casos dependen de nuestra actitud.  Imaginen la psicología que debemos entrenar y cuidar y que después vale la pena, la panzá de corregir todos los días, no solo de pruebas escritas, sino de todo tipo de trabajos abundantes y determinantes con el fin de que los chavales saquen el curso por algún lado, así como la cantidad de metodologías que debemos planificar para tratar tanta variedad. Súmenle a esto los cursos de formación.

Luego hay que tener en cuenta que algunos llevan un diagnóstico en lo referente a su manera de aprender, lo que precisa una atención individualizada que en ocasiones es casi imposible llevar a cabo por culpa de esas ratios tan desorbitadas que lo único que consiguen es que se nos raje la cabeza para controlar a la muchachada que, sedienta constantemente de explicaciones por todo lo que hacemos en el aula,  pocas veces está de acuerdo con obedecer y trabajar.

Se me olvidaba decir que los muchachos y muchachas que tienen dificultades de aprendizaje, por ley y por necesidad académica, para que puedan progresar precisan de unos documentos que debemos realizar, evaluar y modificar trimestre a trimestre, lo que  implica doble, triple y quíntuple trabajo al tener que adaptarles la materia en todo su conjunto. Y sin ser pedagogos, pero sí con la ayuda de los compis de Orientación,  ahí que nos arrojamos al inmenso listado de medidas de atención a la diversidad para diseñar un nuevo material que tenemos que preparar porque no siempre viene en los libros.

No voy a entrar en temas de burocracia, ese papeleo que de nuevo la administración  te obliga a rellenar y a entregar hasta para contabilizar las veces que parpadeamos entre explicación y explicación, porque todo tiene que quedar recogido y más que justificado, no vaya a ser que en lugar de estar dando clase nos vayamos a hacer la compra y dejemos a los críos desatendidos como muchos creen. Y como por la mañana no da tiempo, volvemos a trabajar por la tarde.

También están nuestros queridos alumnos que desconocen el idioma, los pobres que llegan a clase sin saber ni una palabra; un caos mental que les cuesta mucho superar. Pero no pasa nada, a la espera de que concedan las Aulas de Acogida (especiales para extranjeros), que no siempre ocurre, si tenemos en cuenta que la Consejería retiene más que concede, nos aventuramos en ese afán incansable de preparar otro material distinto a todo el anterior y de enseñarles de alguna manera nuestro idioma, teniendo para ello que aprender por nuestra cuenta árabe, chino, ucraniano, alemán y hasta el idioma jupiteño si hace falta.

¿Gandules? Pasen y vean cómo, mientras que ustedes nos llaman o piensan que somos gandules, en el aula somos los que explicamos para todos los públicos, somos los oídos confidentes de vuestros hijos, somos hombros sobre los que muchos lloran, somos enfermeros, policías, psicólogos, prestamistas de dinero para almuerzos olvidados y para material escolar que nunca llega, somos esas inyecciones de autoestima, la sonrisa que les garantiza confianza y el empujón que los lanza a ser personas educadas en la vida.  Al menos, nos queda el consuelo de los que con la simple palabra “gracias” nos recargan las pilas para no cansarnos de trabajar por y para ellos, porque digan lo que digan: no somos unos gandules.